lunes, 29 de noviembre de 2010

5 - 111


Esa tarde mi hermano llevó su ipod hasta la cama 111 del quinto piso del Hospital Calderón Guardia. Como tratando de escapar, mi madre decidió escuchar lo que había en él. Lo que sonara, la transportaría a cualquier otro lugar que no fuera ese.
Ubicada en un salón luminoso, las jeringas, las pruebas de azúcar y presión son lo común. Su vista se perdió entre las ventanas, buscando salida. Se colaron entre las persianas y aunque ante ella la cruz de Alajuelita y las montañas que la protegen eran como una pared indestructible, mi madre se transportó hacia el lugar que escuchaba gracias a los audífonos.
De repente, sus lágrimas empezaron a salir. Nerviosas, censuradas, tratando de revelar el dolor que sentía en su corazón. Extrañar a través de la música.... su hogar en Turrialba. Allá, donde el paisaje de techos conocidos comparten el escenario con montañas verdes y altas. Donde la brisa refresca a cualquier hora del día, metiéndose por la puerta de su casa, permanentemente abierta sin temor aun a delincuentes comunes. Predispuesta para el saludo cordial de amigos, familiares y vecinos que a cada momento pasan frente a lo que fue también mi hogar. Volviendo a su mente los pájaros que por las mañanas se escuchan en manadas, ese silencio a pueblo que a veces es tan profundo que se vuelve ensordecedor, todos ellos fueron ahogados rápidamente por las lágrimas que salían y caían sobre su gabacha color naranja del hospital. Pero de vuelta a la realidad, sintió ese cosquilleo en su mano derecha donde el suero entra lentamente para evitar el dolor de su herida estomacal, para evitar que se debilite, que se deshidrate. Esa pared color rosa frente a ella, fría y limpia. El techo del salón blanco, con rayas que le recordaron una carretera larga del cual quería escapar. Huyendo de esta realidad que enfrentamos y que tiene el nombre de cáncer. Lágrimas que siguen corriendo mientras por sus audífonos entraba como cuchilladas esa canción que escribí ya hace mas de 3 años, A Turrialba.

Lágrimas que volví a recordar la noche en que Juan Velasco murió. Las mismas que esta vez salían de mis ojos cuando trataba de entender la noticia de un amigo fallecido, un músico, un colega. Mientras observaba su perfil de Facebook no podía creer que el accidente fuera real. Inmediatamente decidí escuchar su banda, Demorama. No fue la mejor decisión, pero era lo único que me acercaba a él en ese momento. Fue la forma de decirle adiós, hasta pronto.
Días mas tarde en su vela, vi mas lágrimas. El dolor de familiares y amigos que nos reunimos para acompañarlo. No me considero su mejor amigo, nunca lo fui desafortunadamente. Pero si pudimos lograr una amistad. Tanto que por esas cosas de la vida, 8 días antes de su “entierro”, me regalo a mi y a un grupo de amigos toda una noche.
Fuimos a un concierto internacional. Estuvo sentado junto a mi por más de 4 horas. Lo escuche cantar, lo vi brincar en un par de ocasiones y sentí la emoción que tenía de poder estar ahí viendo el espectáculo. Mas tarde bebimos y comimos.
Pasaron los días y partió.

Dos sucesos muy cercanos que se entrelazaron por lágrimas y sentimientos, pero que tenían mucho en común. Una vida que se mantiene con nosotros y otra que se fué físicamente. En ambos casos había música de fondo.

creo en lo puro y real como la naturaleza, la música y el amor - Juan Velasco 

2 comentarios:

  1. duele no haber podido estar cerca de juan esos dias que nadie esperaba fueran los ultimos, ahora es una luz, y esta con nosotros siempre!

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