lunes, 25 de abril de 2011

Dicen

Estaban por ser las 9:39 de la noche de un lunes cuando me bajé del bus frente al cementerio de Curridabat. Era mi segunda semana viviendo en San José en 1995. Camine desde del cementerio hacia el primer apartamento que alquilaba junto a unos amigos en el barrio San Josesito. Justo cuando ingresé en la calle de tierra que llevaba a la casa, vi corriendo hacia mi unos 5 sujetos que sin duda me perseguían.
Llegué frente a la casa y como no tenía llaves propias tuve que saltarme la verja para que no me asaltaran. Ese es el primer recuerdo que tengo si alguien me pregunta acerca de lo que significó llegar a vivir en la capital. Gracias.

Imagino que muchas son las historias de aquellos jóvenes de zona rural que tuvimos que emigrar a la ciudad para poder estudiar, trabajar o hacer vida. En mi casa el dinero no sobró nunca, así que la cuota semanal era poca pero alcanzaba. Cambiar el paisaje de casas sin verjas, de puertas abiertas, sillas que duermen en el corredor, ventanas de par en par por el calor del Caribe se quedaron atrás.
Ahora lo que reinaba era el total exilio personal o en familia dentro de su lugar seguro. Su sótano anti ataques nuclear y donde parece ser que los vecinos son enemigos. Sin  duda el cambio social que significa el campo a la ciudad es un duro golpe a nuestras conciencias, a nuestra realidad. Cambian la forma de vestir, la de hablar, y hasta la de relacionarnos con los capitalinos. Hasta la comida pasa de ser mucha, a la que hay. Recuerdo en más de una ocasión que en aquella vieja casa las tazas amarillas de mantequilla pasaban a ser ocupadas por raciones de comida de mi madre para la semana. Para ahorrar, para poder sacar fotocopias y tener para los pases.

Sin saber el rumbo de los buses, el perderse era casi una obligación. Razón por la cual yo prefería muchas veces caminar de la casa a la universidad que montarme en un bus que me dejara en San Francisco de Dos Ríos y con un chofer impaciente porque se había acabado el camino y yo era el único montado aún.
Lo peor de esos inicios era comer fuera de la casa cuando tenía que estar mucho tiempo en la universidad o peor aún, para quedar bien con compañeros que querían almorzar juntos. Por eso, rápidamente encontré el mejor lugar para comer. Soda la U, casado con huevo a menos de 500 colones. En la casa, sabía que lo que me esperaba en esos primeros años era un pedazo de pan duro con mantequilla y quizás con suerte queso o tomate. 

La vida estaba cuesta arriba. En ese momento ya lejano de la protección de los padres, la vida empezaba a destrozar nuestras personalidades. A carcomernos nuestros más horribles temores. Es de esa primera época de frustraciones y desapego donde nacieron muchas canciones de la primera fase de SEKA. Nuestras manos, Nicaragua, La procesión de tontos, América vá. Mas allá de la envidia o el odio ante la falta de todo, me dejó ver en blanco y negro la realidad de muchos estudiantes, familias y demás migrantes rurales. Que por suerte somos muchos, que por suerte nos dimos la mano, que por suerte continuamos unidos. Igual, éramos muy felices.

El tiempo pasó y atrás quedaron las caminatas nocturnas, el acostarse con hambre, el dormir refugiado en la casa de algún amigo, dormir en colchonetas polvorientas, en sillones o el piso frió, amanecer con babosas pegadas en la piel, comer solo pan durante todo el día, pagar una habitación sin ventanas, sin despertador más que la radio, no más que un par de zapatos, las noches enfermo y solitario, los cumpleaños ausentes, las noches sin luz, los amaneceres sin agua…….

Sin embargo mi intención no es que al final de la lectura me traten de “pobrecito”. Al contrario, mi fe es que estas palabras sueltas se conviertan en armas cuando creemos que el mundo nos ataca.

Cuantas veces te dijeron que no, que no llegarías, que jamás lo serías, que no pasará, que talvez, que yo te llamo, que nunca….cuantas veces te dijeron que íbamos a perder, que fracasarías, que eres lo peor, que se acabó, que no te quiero.

Dicen, dicen, dicen….al final somos nosotros contra el mundo. Somos nuestra mejor arma, la más peligrosa. Nuestro honor, nuestro orgullo, nuestra decisión y de fondo una buena canción de rock and roll.