lunes, 23 de abril de 2012

Tamarindo 1998 (II parte)



Confesaré desde un inicio que efectivamente fuí yo quien llevaba las nalgas pegadas al vidrio trasero del bus, expuesto a cuanto conductor viniera detrás. Listo. Confirmada la teoría, pueden irse dando cuenta de los resultados que empezaban a gestarse en un vehículo con 50 locos concierteros.
Para ese momento, todos los que viajaban llevaban un botella de licor en sus manos y si alguien no tenía se le daba de probar el elixir que cargaran. Creo que en resumen, ese es el gran valor  del bus de la banda, la solidaridad. Nadie fue excluído, todos formábamos parte de una sola comunidad donde de repente una hielera pasó a ser bien público.  Licor que aparecía era echado ahí, vodka, guaro, tequila. NO importaba la cantidad, así que por conciencia decidímos echarle un poco de coca cola o jugo de naranja para compensar el sabor.
Logramos llegar a Tamarindo en horas de la tarde. Después de 6 horas de camino tocamos playa. Ahí nos dimos cuenta de la magnitud del evento. Cientos de josefinos recorriendo la playa, algunos ya durmiendo la fiesta del viaje, otros con el agua a los tobillos, algunos a punto de vomitar por el largo viajes, con dolores de cadera y nalgas. Los más abusados y en mejor condición comprando licor y los pocos nos fuimos directo para el escenario para ver como iba caminando la cosa.
Bajamos los instrumentos, ayudamos a instalar algunas cosas en el sonido y sin pensarlo dos veces tomamos unos minutos para ir a la playa a mojarnos las canillas..
Nuestra “residencia” era una  antigua instalación propiedad de los profesores (apse, que por cierto ahora están en muy buenas condiciones), la cual tenía en su interior tan solo dos camarotes. Como éramos más de 4, otros tuvieron que dormir en tiendas de campaña en las afueras de aquel casi destruido edificio.

El concierto 

El concierto inició y esperábamos nuestro turno. Nos tocaba después de Broca, que por cierto despedazaron con sus mejores éxitos. Un excelente show cargado de violencia en el escenario.
Ahí supimos que la cosa iba a estar difícil, que no teníamos grabación sonando en la radio. Nos juntamos para estar concentrados minutos antes del chivo. Yo llegué a esperar que nunca nos dieran chance del temor que me nació ante las más de 500 personas. Raza Bronce y Broca habían hecho la jornada y era momento de dar la pelea.
Entramos al escenario y fuimos lo más humildes posibles. Nos presentamos como turrialbeños que somos y empezamos a tocar de inmediato. De ahí en adelante solo recuerdo tres cosas. La nube de tierra que se alzaba con cada vuelta del slam, dos machas guapísimas bailando ridículamente junto al escenario mientras todos se agarraban a patadas y la cara de Steven (nuestro bateristas de ese momento) quien al no recordar lo que tenía que hacer al inicio de una canción prefirió darle una patada al hi hat y así tomar tiempo, respirar y pensar en que estaba pasando.
Las miradas iban y venían entre nosotros. Era un gran paso para una banda que apenas empezaba a nacer, para una banda que venía de tan largo, para unos hijos de nadie que solo querían tocar rock.

Algo que recuerdo claramente fue como después de terminar parte del público se nos acerco para felicitarnos. Eso era bastante común en nuestra escena allá en los 90s. Siempre habían abrazos, buenos mensajes de la gente. No había facebook ni red social en 1998 como para hacerlo electrónicamente. No habían likes. En aquella época las muestras de cariño personalizadas eran un momento imborrable y más normal.
Sin embargo tuvimos que dejar a nuestro creciente público para trabajar. Así es, parte del contrato que se nos había propuesto para participar del mencionado festival, era que terminada la presentación “las bandas” tenían que hacer de seguridad en algunos lugares por donde el público podría meterse sin pagar. En mi caso tuve que cuidar la parte trasera del lugar del concierto, claro, en el momento mas indicado decidí ir a seguir festejando. 
El concierto terminó, pero la noche no, La cual continuó visitando fogatas por toda la playa, encontrando nuevos amigos, compartiendo experiencias con tantos extraños, para luego culminar durmiendo con un ventilador encendido y un lugar en el camarote donde le hacían falta tablas a la cama.

La luz del segundo día llegó por suerte y aunque hubo nuevamente concierto mis fuerzas ya no daban para tanto. Así que solo recuerdo otra vez el largo regreso al bus bajo el sol y la goma. Me extrañó sobre manera que en nuestro bus había una larga fila de gente. Pregunté si estaba equivocado y no, mas bien muchos preguntaban cual era el bus de seka. Al final, el rumor había corrido, el bus era una fiesta completa y dejaban fumar (lo que fuera). Así que mucha gente opto por venirse con nosotros de regreso a la capital.

La experiencia fue única y quien no estuvo ahí poco lo entenderá. No conozco a nadie que tenga fotos de este evento y tan solo pude recuperar unas cuantas que aparecen en este blog.

Sea donde sea que termine este camino llamado SEKA, estuvo y está lleno de los mejores momentos. Hoy entiendo eso que dice un viejo refrán acerca de que el éxito no es una meta, el éxito es un camino.